(Mediterraneo, 1991)
Querido diario:
He conseguido quitarme otra espinita que tenía clavada en mi corazón cinéfilo. Ha caído otra de esas películas que llevo décadas deseando ver y no había podido hacerlo hasta ahora.
En este caso ha sido "Mediterráneo". No, no la confundas con la película española homónima estrenada hace poco en cines. Se trata de la película italiana que ganó en 1991 el Oscar a mejor película extranjera. Y tenía gran curiosidad por verla, porque Italia volvió a ganar ese premio solo dos años después de la entrañable "Cinema Paradiso" (que, por cierto, merece una revisión en cuanto pueda).
Las cosas como son: no tenía ni idea de qué iba. Así que no sabía qué esperar. Y ha sido una muy grata sorpresa: una peliculita modesta, sin grandes pretensiones, pero que sabe ganarse la simpatía y complicidad del espectador, con unos personajes a los que trata con profundo amor y respeto. Una película cuyo lema podría ser vive y deja vivir.
La acción se sitúa durante la II Guerra Mundial: ocho soldados italianos patrullan las costas griegas en un pequeño barco y reciben la orden de desembarcar e inspeccionar una pequeña isla, para ver si sigue en poder alemán, y custodiarla con fines estratégicos hasta nueva orden. Con más miedo que otra cosa, se adentran en la isla y no ven un alma: todo parece abandonado. Poco después su barco, anclado a cierta distancia, es hundido durante un ataque nocturno. Sin medios para salir de allí y con la radio estropeada, quedan completamente incomunicados y olvidados por los mandos. Al cabo de unos días, los vecinos de la isla empiezan a salir de sus escondites, al comprobar el escaso peligro que representa la tropa. Rápidamente se integran en la vida local, matando el tiempo con aquello que les hace felices, jugando al fútbol, aprendiendo los bailes y haciendo un uso racional y respetuoso de la prostituta local. El tiempo pasa y, cada vez más ocupados en el día a día, tras varios años llegan a olvidar su misión como soldados.
La película es realmente divertida con personajes y situaciones absurdos y surrealistas que bien podrían estar sacados de una película de Berlanga: el soldado que viaja con su burra; la tropa escandalosa y desordenada, incapaz de pasar desapercibida; la confusión entre la burra y un enemigo; el vendedor turco que llega a la isla; los hermanos encargados de vigilar la isla desde un cerro y que quedan allí atrapados por los encantos de una bella pastora; el teniente absorbido en su labor de repintar los frescos de la iglesia; el soldado que, enamorado de la prostituta, un buen día, se atrinchera e impide el acceso de sus compañeros...
La
historia está ambientada en la guerra, pero no muestra una sola escena bélica. Muy al contrario, rezuma un espíritu pacifista, y plantea la huida del individuo como vía de escape ante un mundo que no puede cambiar. Esto último vuelve a ponerse de manifiesto en el epílogo final, en el que varios de los personajes ya no huyen de la guerra, sino de la nueva sociedad creada tras la misma. Quizá se le puede achacar cierta blandura en su desarrollo, pero creo que está acorde con la amabilidad con la que está planteada.
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