12 julio 2022

Campo de sueños

 (Field of Dreams, 1989)




13 de marzo de 2022

Querido diario: 

¿Conoces esa sensación de estar viendo una película que ya has visto anteriormente e ir descubriendo, a medida que avanza, que... en realidad, no te acordabas de nada? Pues eso mismo me acaba de ocurrir con "Campo de sueños".

Debí de verla en televisión, en algún momento de los 90. Recordaba, por supuesto, que salía Kevin Costner, un campo de béisbol en un maizal, unos jugadores fantasmas..., y que me gustó mucho en su momento. Nada más.

Vista ahora, no es que me haya gustado. Casi diría que me ha entusiasmado. Y lo ha hecho como debe hacerlo una película: ganándose el interés a pulso en cada plano. Porque la peliculita empieza de la forma más idiota y acabas moqueando al final.

Trata de un granjero de Iowa (Kevin Coster) que oye una voz, procedente de su maizal, que le susurra: "Si lo construyes, él vendrá". La voz se repite, hasta que, un día, además, ve la imagen de un campo de béisbol en medio del maíz. Partimos de un planteamiento absurdo e increíble. Pero lo más increíble viene ahora: le cuenta a su esposa lo que le ocurre (Amy Madigan)... ¡y le anima a seguir su intuición y hacer cumplir lo que desea! ¡¡¡Su mujer hace eso!!! Total. Se pone manos a la obra, construye el campo, arruinando gran parte del maizal y provocando rumores y habladurías en el pueblo..., y no ocurre nada. Evidentemente, piensa que es un imbécil, las deudas le ahogan mientras él pierde el tiempo y, una noche, cuando decide recuperar su plantación, su hija les avisa de que hay un extraño en el campo. La familia sale al exterior, donde ven y charlan con un legendario jugador de béisbol (el recientemente fallecido Ray Liotta), muerto hace muchos años, que le pide permiso para regresar con unos amigotes, antes de desaparecer de nuevo en los restos del maizal. Este jugador era uno de los héroes del padre de nuestro protagonista, y origen de una discusión que los distanció para siempre. La noche siguiente, un grupo de beisbolistas fallecidos se lo pasan pipa lanzando unas bolas. Pabellón Psiquiátrico cantaba aquello de "porque en el cielo no hay alcohol, ni hay mujeres, ni pastillas de color". Se ve que campos de béisbol, tampoco. Llegados a este momento, el despropósito parece absoluto, pero también empieza a picar una cierta curiosidad.

Nuestro granjero vuelve a escuchar voces que le guían hasta un escritor activista ya retirado y aislado de la sociedad (James Earl Jones), cuya mayor decepción fue no haber podido jugar profesionalmente al béisbol, y hasta un respetado médico que jugó un solo partido de las grandes ligas sin poder llegar a batear (Burt Lancaster). No contaré más, pero a estas alturas, ya estás totalmente inmerso en la película, intrigado por quienes son estos personajes y qué relación guardan con el granjero, su campo y las extrañas apariciones que se van sucediendo. Y la historia y la emoción van a más, creciendo hasta un final en el que todo se entiende y cobra sentido como parte de un plan preconcebido.

La historia está inspirada en un libro de W.P. Kinsella que el director y guionista Phil Alden Robinson leyó en 1981. Se hizo con los derechos y comenzó a escribir el guion, introduciendo varios cambios respecto al libro, incluida la adición del personaje de James Earl Jones, que estaba inspirado en J.D. Salinger (autor de "El guardián entre el centeno"), quien se negó a que su nombre apareciera en la película. Tras ser rechazado varias veces en varios estudios, en 1989 la Universal dio luz verde para hacer la película. Tras el estreno, lentamente, se convirtió en un gran éxito en Estados Unidos, tanto de crítica como de público, especialmente gracias al boca-oreja. En Europa no lo fue tanto, seguramente porque giraba alrededor del mundo de un deporte de poco calado en nuestro continente.

Como ya he dicho, el argumento va adquiriendo fuerza y sentido a medida que se desarrolla, pasando de una aparente chorrada inicial, que casi exige un esfuerzo por parte del espectador para seguir adelante, hasta acabar siendo una hermosísima y emotiva historia sobre las segundas oportunidades, las relaciones filiales y la búsqueda de uno mismo, en este caso a través de un deporte tan americano. Su grandeza reside quizá en su simplicidad, su inocencia y la magia que la impregna, que entronca con otros clásicos del cine como "¡Qué bello es vivir!". ¿O acaso todo esto que acabo de mencionar no es aplicable también a ella? (Think about it). 

Los personajes caen simpáticos y están bien interpretados, destacando el formidable James Earl Jones, quien, además, pone el punto cómico de la historia. Además, supuso la última (y breve) aparición del gran Burt Lancaster en pantalla grande (aún aparecería, posteriormente, en algunas películas para televisión).

La dirección de Robinson es invisible, es decir, sencilla, sin alardes que hagan ver que hay alguien planificando detrás de la cámara. La fotografía es otro de los pilares de esta obra, con unas maravillosas imágenes de los campos de cultivo en los que se rodó, especialmente al atardecer. Lo mismo podemos decir de la música de James Horner, que fue candidata al Oscar. 

Querido diario, no entiendo cómo me pueden gustar tantas películas sobre un deporte del que aún ignoro las reglas y no tengo ni idea de cómo se gana. Qué grande es el cine.

  
Calificación: 9/10
Recomendación: Aparta tus prejuicios sobre el béisbol y dale una oportunidad: no lo lamentarás.
 
 
Dirección: Phil Alden Robinson
Nacionalidad: EE.UU.
Género: Drama
    Duración: 105 minutos

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