(El milagro de P. Tinto, 1998)
Querido diario:
Hay películas en las que te metes, y te pueden gustar más o menos, y otras en las que, por una u otra razón, no logras entrar. En esta que te comento hoy, confieso que yo entro... y de cabeza, porque el universo de Javier Fesser está muy cercano al humor que me ha gustado siempre. Pero entiendo que haya personas que no comulguen con el espíritu desquiciado de la película y no sean capaces ni de acabarla.
"El milagro de P. Tinto" es casi una anomalía dentro del mundo del cine. Pocas películas hay que se le parezcan. Recuerdo mi regocijo ante cada una de las escenas y las carcajadas que me provocaba cada uno de sus innumerables chistes y gags cuando la vi en su estreno en cines. Me sigue pareciendo extraordinaria. Quizá no me río tanto como antes, pero eso me pasa ya con todo: debe ser cosa de la edad, del hastío o del desencanto. Menos mal que están las películas, que te hacen olvidarte de todo lo demás por un par de horas. ¡Pedazo de invento el cine, macho!
Pero "El milagro de P. Tinto" no es eso. El argumento así contado puede parecer un poco chorras..., pero la película lo supera. Ese es solo el eje argumental que articula la cinta, que, en realidad, está construida a base de escenas, gags, chistes, objetos y, claro, personajes, los cuales resultan a un tiempo despreciables y entrañables. Todo ello con una atmósfera absurda, mágica, esperpéntica e irreal (más bien surreal), y un aire de cómic o, más acertadamente, de auténtico tebeo (nótese la diferencia). Única e irrepetible.
Quienes ya conocíamos los dos imprescindibles cortometrajes anteriores de Fesser, no nos sentimos tan sorprendidos por su estilo, sino más bien entusiasmados, porque superaba las expectativas creadas. Porque P. Tinto bebe tanto del humor de "Aquel ritmillo" como, sobre todo, del estilo visual y la irreverencia de "El secdleto de la tlompeta". Irreverencia que afecta, incluso, a los convenios de la narración cinematográfica. De hecho, en muchos aspectos, casi podríamos decir que P. Tinto es una "secuela" de este último corto. Hasta ciertos personajes parecen pasar del corto al largo: los personajes de Pablo Pinedo; el albañil que contruye la barbacoa de "El secdleto..." y Usillos; el portero del corto y el empleado en la factoría de P. Tinto; las bombonas de butano...
Son muchas las fuentes de las que se nutren los Fesser para construir la película. Digo los Fesser porque, aunque dirigida por Javier, el guion está coescrito por él y su hermano Guillermo, mitad del añorado dúo Gomaespuma. No le hacen ascos a nada, siempre que encaje con lo que quieren contar. El film comienza con un falso cortometraje en blanco y negro hablado en un idioma inventado que nos cuenta la procedencia de Panchito José y con un aspecto de cine de terror, casi expresionista. Hay también una secuencia musical, casi al final, en la que un grupo de cocineros bailan alrededor del nuevo tipo de obleas creadas por Panchito (pizza-obleas). Por supuesto, la mayoría de las referencias están claramente inspiradas en los Looney Tunes y en los tebeos, sobre todo de Mortadelo y Filemón (recuerda, querido diario, que Fesser rodó más tarde dos películas basadas en estos personajes): golpes, caídas, atropellos, artilugios de marca Mikasa (no de marca Acme, que son extranjeros), etc. Tiene también diversas referencias cinéfilas: un claro homenaje-parodia a "E.T., el extraterrestre" (toda la secuencia en la que científicos de la NASA entran en casa de los P. Tinto), a "Ciudadano Kane" (la alambrada en el falso corto del comienzo), a "Teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?" (Pablo Pinedo volando a lomos del cohete de P. Tinto), "Regreso al futuro" (el inicio del viaje en el tiempo y el interior del ovni), el NO-DO, y Joselito, el pequeño ruiseñor (el niño del NU-DO).
Todo ese batiburrillo funciona perfectamente en manos de unos personajes descacharrantes y alocados. Aparte de los ya mencionados, destacan todos los secundarios: el padre Marciano, sacerdote y profesor de P. Tinto (interpretado por Tomás Sáez); el director del manicomio del que escapa Panchito al inicio (Pepe Viyuela); el siempre ocupado empleado de la fábrica P. Tinto (Germán Montaner); el cartero (Eduardo Gómez); la madrastra de Joselito (Nuria González) y sus repelentes gemelos..., y otros muchos en papeles menores. Entiendo que algunos de estos personajes resulten desagradables: la tacañería y mala leche de Olivia (hasta que le quitan el nudo que la oprimía toda la vida), los interesados y oportunistas marcianitos, el sadismo del padre Marciano, la xenofobia de Usillos, etc. Pero el humor con el que son tratados todos ellos y las situaciones en las que están involucrados, dan lugar a un conjunto casi entrañable, o, cuando menos, divertido. Desde luego, resulta difícil tomarse en serio a unos personajes más próximos a las viñetas que a la realidad.
Otra potente herramienta es la selección musical que ayuda a ambientar la película en otra época (años 60), al tiempo que, por sí misma, provoca la risa. Algunas de las canciones suenan tal cual eran (por ejemplo, la maravillosa "Mirando al mar" de Jorge Sepúlveda, "Eres fea" de Los Tres Carino, "Paseando con papá" de Tommy o el "Yeh Yeh" de Los Tres Sudamericanos) y otras tienen su letra adaptada para la ocasión (como "Tengo un ovni formidable", adaptación de "Mi vaca lechera", o "A lo loco con P. Tinto", interpretada por Celia Cruz y Pau Donés, que adapta el "A lo loco" de Luisa Linares). Desde luego, esta banda sonora ya mítica, se suma también al imaginario de la película, junto con la decoración, que merece mención aparte con su atrezzo inolvidable, toda la parafernalia de objetos cutres que utilizan los personajes y que parecen creados por Francisco Ibáñez: la herramienta multiusos, el ovni con aspecto de Seiscientos, el cohete, las bombonas, el succionador universal, el detector de extraterrestres, el medidor telemétrico... Destacan también los logradísimos efectos especiales, ganadores del premio Goya de aquel año.
Puede que no sea objetivo con ella (ni era mi intención: es lo que pasa con las películas de culto), pero me parece que nada sobra en la película. Lo que sobraba ya fue eliminado por Fesser, siguiendo la máxima de Usillos: "Si hay que sanear, se sanea". Si acaso, falta algo: darle cierto protagonismo a algún botijo.