(Driving Miss Daisy, 1989)
Querido diario:
¡Qué placer provoca ver una buena película pequeña e intimista! Una película sin grandes efectos, ni escenas épicas. Solo unos pocos personajes bien interpretados, un argumento sencillo y unos diálogos bien escritos. Eso es lo que ofrece "Paseando a Miss Daisy".
Había visto anteriormente esta película en televisión, seguramente a finales de 1992, y guardaba buen recuerdo de ella. Pero creo que me ha gustado más en este segundo visionado. La película te atrapa desde el comienzo con sus entrañables y testarudos protagonistas y, en un momento, estás llegando al final.
Cuenta la historia de Miss Daisy (Jessica Tandy), una
anciana profesora ya jubilada, viuda, adinerada y judía, que vive en una casa en Atlanta, con la única compañía de una criada negra que la ayuda en las tareas domésticas. Un día, como suele hacer habitualmente, coge el coche para ir de compras, pero, por error, sufre un pequeño
accidente al maniobrar y el coche cae al jardín vecino. Ante este incidente y la negativa de las compañías para asegurarla, su hijo (Dan Aykroyd), un joven empresario, contrata, pese a su oposición, un chófer de raza negra llamado Hoke (Morgan Freeman). La anciana ve en él a una molesta e innecesaria presencia en su hogar. Aunque, al principio, se niega a hacer uso de sus servicios y le deja pasar los días sentado en la cocina, poco a poco irá cediendo, al tiempo que se irá labrando una relación de
amistad y confianza entre ambos a lo largo de veinticinco años.
Y ese es todo el argumento. Chimpún. No hay más.
Lo que sí hay es un sólido guion detrás de esta historia, el cual va escogiendo momentos significativos de la relación entre estas dos personas que dejan ver su evolución a lo largo del tiempo. Esto lo realiza con un uso muy eficaz de las elipsis, logrando condensar veinticinco años de una relación que comienza a finales de los
años 40 y acaba a principios de la década de los 70. El autor del guion es Alfred Uhry y está basado en su propia obra teatral. Pero, el Uhry guionista realiza una magnífica traslación al cine, de modo que, al ver la película, no tenemos la impresión de que sea una obra de teatro. La película se abre completamente al exterior y a otros escenarios (el cementerio, la casa del hijo y su empresa, la conferencia de Martin Luther King, el viaje a casa de su hermano en otro estado, la sinagoga, la iglesia...). En ningún momento tenemos la impresión de estar enclaustrados en uno o dos escenarios como es habitual en teatro. Además, las acciones de cada escena son muy precisas y van brotando del trato diario entre los personajes. Están acompañados de muy buenos diálogos (no por ingeniosos, sino por sencillos y creíbles) que llenan la cinta de gracia, simpatía y, a veces, ternura. Uhry conocía muy bien lo que contaba, ya que, inspiró su obra en su propia y quisquillosa abuela y su chófer negro. Criado en ese mundo sureño, no tuvo ningún problema para, cuando el director le dijo que necesitaba mayor concreción en el guion, añadir anotaciones sobre cómo vestían, qué modelos de coches usaban, cómo eran las casas, o, incluso, qué comían y cómo la preparaban, qué discos escuchaban, etc. Se trata, sin duda, de una gran adaptación.
Pero el guion se basa en unos personajes y la relación entre los mismos. De modo que su peso recae sobre los hombros de sus protagonistas. Tanto Jessica Tandy y Morgan Freeman, como Dan Aykroyd, bordan sus papeles. Basta con ver la cara de incredulidad y de incompresión de Tandy cuando estrella el coche y su rostro trasluce que no entiende aún cómo ha podido ocurrir; o la desconfianza hacia el chófer y la tensión que experimenta cada vez que se cruza con ese hombre en su casa. O los movimientos de Freeman a medida que transcurre la cinta, que permiten ver su, cada vez mayor, dificultad para realizarlos; o los tics habituales de su personaje, como su forma de reír. O la naturalidad de Aykryod en las conversaciones con su madre y la forma de tratarla sabiendo cómo es. O... En fin, podríamos seguir. Morgan Freeman conocía muy bien a su personaje, ya que fue el actor encargado de darle vida en el teatro; él mismo pidió protagonizar la película cuando supo que la estaban preparando.
La relación entre los protagonistas constituye el centro alrededor del cual gira todo lo demás. Esos personajes están muy bien dibujados. Son muy diferentes entre ellos, pero, al mismo tiempo, tienen bastante en común: Hoke es un hombre de mundo que sabe hacer de todo, de clase humilde, negro, casi analfabeto y de carácter abierto; Miss Daisy es una dama autoritaria, distante, pudiente, judía y con amplia cultura. Sin embargo, ambos comparten la cabezonería, una avanzada edad, la soledad o el pertenecer a un grupo marginal: él, negro, cuando aún existía segregación y bastante más discriminación en Estados Unidos (hecho que sale varias veces en la película, puesto que está ambientada en la época de la lucha por las libertades civiles y en un lugar particularmente discriminatorio como era, y es, el sur de Estados Unidos); ella, judía, un grupo que, aunque no era abiertamente discriminado, no acababa de estar bien visto y Miss Daisy lo sabía a pesar de fingir lo contrario (sus comentarios afilados sobre su nuera y sus esfuerzos por integrarse en la corriente cristiana predominante, por ejemplo, celebrando la Navidad, muestran que ella conoce su posición). Otro mérito del guion: aunque centrado en los personajes, al mismo tiempo las relaciones entre ellos son una ventana abierta que nos deja contemplar la sociedad en la que viven y los cambios que esta experimenta a lo largo del tiempo. Hoke demuestra una paciencia infinita hacia su señora ("Seis días ha tardado en aceptar que la lleve en coche. Los mismos que Dios tardó en crear el mundo", comenta con sorna al hijo de Miss Daisy), pero su carácter y su conocimiento de las personas le permite llevarla con respeto y tolerancia. Lo cual no quiere decir que, llegado el caso, no le plante cara, como en la escena en la que para el coche de noche en mitad de una carretera, durante un viaje largo, porque necesita orinar y ella le recrimina que no lo hiciese antes en la gasolinera, a lo cual le replica que los negros no tienen permitido usar esos servicios (hasta ese punto llegaba la discriminación). Por cierto, querido diario, ¿no habría sido más acertado el título "Conduciendo a Miss Daisy" o "Llevando a Miss Daisy" para hacer un juego de palabras referente a la relación de Hoke hacia la anciana?
El punto de inflexión de la relación entre los dos ancianos lo marca la visita que realizan al cementerio, en la que Hoke confiesa que no sabe leer. Miss Daisy rechaza enfadada tal afirmación y, al saber que sí conoce las letras, sin humillarlo, comienza a sonsacarle, para que diga la letra inicial y la letra final del apellido de la lápida que quiere que busque, presentándolo como un mérito del chófer. Esta escena tiene su continuación en otro divertido momento posterior, en el que, tras llevarla a la fiesta de Navidad que celebra su hijo, Miss Daisy le regala un cuadernillo de los que ella usaba para enseñar a leer, insistiéndole una y otra vez que no es un regalo de Navidad, porque los judíos como ella no celebran esa fecha. Se convierte así en una de las primeras muestras de afecto hacia su ayudante, afecto que irá creciendo hasta una amistad sincera, que ella, orgullosa, se negará a reconocer hasta sus primeros síntomas de demencia.
El director del film, Bruce Beresford, lleva con habilidad a la pantalla todas esas ideas y situaciones. Al mismo tiempo, consciente de la importancia de mostrar en pantalla el paso de todo ese lapso de tiempo, se rodea del personal (decoradores, diseñadores de vestuario, maquilladores y supervisores de música), capaz de reflejar en pantalla la evolución de los estilos y las modas desde los años 40 a los 70 (en cuanto a vehículos, trajes, canciones o, incluso, cocinas y objetos domésticos), así como de recrear los cambios de edad de los personajes.
La película ganó el Oscar de ese año, junto con los de actriz, guion adaptado y maquillaje. Lo más meritorio es que competía con títulos como "Nacido el cuatro de julio", "El Club de los Poetas Muertos", "Mi pie izquierdo" o "Campo de sueños", todas ellas cintas con mayor presupuesto y más "oscarizables". En esta ocasión, David ganó a Goliath. Una ganadora que nadie quería hacer y un éxito que nadie vio venir. De hecho, sus productores tuvieron serias dificultades para encontrar financiación, a pesar del premio Pulitzer que su autor, Alfred Uhry, había ganado con su obra.
A fin de cuentas, ¿quién quiere ver una película de dos viejos hablando?
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