24 agosto 2022

Marcelino Pan y Vino

 (Marcelino Pan y Vino, 1955)




10 de abril de 2022

Querido diario: 

¿Por qué en este país tenemos querencia a despreciar nuestro patrimonio? ¿Por qué tanta gente reniega del cine español de otras épocas? ¿Por qué tanto subnormal vitupera y desprecia el cine español actual? ¿Por qué, a diferencia de otros países, no se destinan suficientes recursos económicos para rescatar y restaurar un patrimonio fílmico que se va perdiendo sepultado en los estragos que provoca el paso del tiempo? Harían falta varios estudios para responder a todo eso, pero parece ser algo cosustancial a este país. Por mi parte, respecto a este tema, como en tantos y tantos otros, he perdido cualquier tipo de fe o esperanza.

Todo esto me viene a la cabeza porque acabo de revisar una película española de los años 50. Un clásico que tuvo, en su momento, un gran éxito dentro y fuera de nuestras fronteras. Una obra entrañable que siempre he llevado en mi memoria, incluso antes de haberla visto en televisión, gracias a uno de aquellos cuentos troquelados que me compraron siendo niño y aún conservo.

Se trata de "Marcelino Pan y Vino", realizada en 1954 (y estrenada en febrero de 1955) por el húngaro, nacionalizado español, Ladislao Vajda. Basada en un relato de José María Sánchez Silva, fue la película que hizo popular al niño Pablito Calvo, que interpretaba al Marcelino del título.

La historia comienza con un fraile (Fernando Rey, el narrador de la historia) que acude al pueblo a visitar a una niña enferma, en el día en el que todos sus habitantes salen de romería. El monje cuenta a la niña la historia de Marcelino. Se inicia un flashback que comienza con la historia del convento derruido por las tropas napoleónicas y cómo se levantó de nuevo. Una vez reconstruido y asentados los padres franciscanos fundadores, un buen día, descubren un bebé abandonado en su puerta. Por supuesto, los frailes lo primero que hacen es bautizar al niño con el nombre del santo del día y (luego ya si eso) buscar a los progenitores. Ante su fracaso, tratan de buscar a una pareja adecuada para que lo adopte, pero, encariñados con el pequeño, no consiguen o no quieren encontrar unos padres aptos según sus criterios, así que deciden encargarse ellos mismos de su crianza. Entre travesuras y problemas, Marcelino crece al cuidado de los frailes, hasta que un día, en una de sus salidas al exterior, encuentra a otro niño con su madre. Desde ese momento, su único anhelo será tener una madre. Poco tiempo después, saltándose la prohibición de los religiosos, entra en el desván donde descubre a un gran Cristo crucificado, con el que traba amistad y conversación, y a quien cuida llevándole cada día pan y vino que roba en la cocina, y le revela su más ansiado deseo.
 
Podemos acusar a esta película, y al cuento en el que se basa, de tener una gran carga de ternurismo con el personaje infantil. Y es así. Como también es cierto, que es un film sencillo, hermoso, triste (aunque repleto de toques de humor) y emotivo, con un conmovedor final, que no requiere ser católico o creyente para emocionar. Además, está repleto de viñetas de la vida en el campo y en el monasterio, y refleja muy bien la inocencia de la infancia.
 
Por otro lado, es una obra llena de sabiduría y buen hacer cinematográficos. Vajda había realizado ya un buen número de películas en Hungría, Francia e Italia antes de llegar a España, donde se afincó finalmente. Aquí dirigió también numerosas obras, algunas de las cuales ya destacaron antes de Marcelino, como "Séptima página" o "Carne de horca". Después llegarían otras bastante notables, como "Mi tío Jacinto" o, la que es considerada su obra maestra, "El cebo". (Anota, querido diario: volver a ver pronto "Mi tío Jacinto": la vi siendo niño y ciertas escenas me impresionaron y quedaron grabadas para siempre en mi mente).
 
Ese buen hacer se pone de manifiesto, por ejemplo, en momentos bastante impresionantes por su puesta en escena, como la bajada del Cristo de la cruz que rueda sin llegar a mostrarlo. O en algo tan atípico en el cine español como hacer avanzar la historia por medio de una canción, compuesta expresamente para la película, que resume la vida de Marcelino y presenta a los monjes y su labor. Me refiero, claro, a la "Canción de Marcelino" que Vajda ilustra sabiamente con unas cuantas imágenes del niño en el convento. No necesita más para explicar cómo ha sido la vida que ha llevado el chiquillo y los apodos que el niño ha puesto a los frailes.
 
Aunque es un relato religioso, Vajda se aleja, afortunadamente, de las típicas estampitas y la moralina imperantes en el cine español de la época. En lugar de eso recurre al humor y a sentimientos profundos y sinceros para narrar su historia. De este modo, consigue llegar a todo tipo de públicos.
 
Quizá lo más chocante del argumento sea el miedo que los monjes tratan de inculcar en el niño para evitar que suba al desván. ¿Por qué lo hacen? Nunca he encontrado la explicación. Pero, desde luego, se convierte y funciona perfectamente, como el acicate que el niño necesita, para, movido por esa irreprimible curiosidad infantil, entrar allí. Ni siquiera cuando se encuentra con el Cristo, el niño experimenta miedo: sabe perfectamente quién le está hablando, ¿por qué iba a tenerlo?
 
La cinta cuenta con una excelente fotografía (firmada por Enrique Guerner) y un destacado reparto masculino encabezado por Rafael Rivelles (padre superior), Antonio Vico (Fray Puerta), Juan Calvo (Fray Papilla), Juanjo Menéndez (hermano Gil), Joaquín Roa (Fray Talán), Mariano Azaña (Fray Malo), José Marco Davó (alcalde) y José Nieto (cabo de la guardia civil). Y, por supuesto, Pablito Calvo, el gran descubrimiento de Vajda que aparecería en otras dos de sus siguientes películas: "Mi tío Jacinto" y "Un ángel pasó por Brooklyn". Por cierto que, como era habitual en la época, Pablito Calvo estaba doblado: su voz es la de la actriz de doblaje Matilde Vilariño, especializada en voces infantiles, quien también dobló a Miguelito Gil ("Recluta con niño"), Lolo García ("La guerra de papá" o "Tobi"), Johnny Sheffield (Boy, el hijo de Tarzán-Weissmuller) y puso voz en español a la abeja Maya, Jimena (la amiga de "Ruy, el pequeño Cid") o Senda (el niño protagonista de "El bosque de Tallac"). ¡Coño, cuántos recuerdos! Que ya tiene uno una edad.
 
La película fue, en su momento, un formidable éxito en España, pero también internacional, consiguiendo un importante reconocimiento en diferentes países, desde Italia hasta Japón, y logrando una mención especial del jurado en el Festival de Cannes y el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín. En algunos países, como Japón, sigue siendo una cinta muy valorada. Como curiosidad para ilustrar este exótico éxito, la única edición de la banda sonora publicada en CD (allá por los 90) era japonesa. Por otro lado, el remake dirigido en 1991 por Luigi Comencini o la serie de animación para televisión realizada en 2001 son una muestra de la influencia de este título.

En España, no siempre ha sido tratada como se merece. Circulan por ahí versiones mutiladas, a las que les han recortados algunos minutos y hay copias con el sonido francamente malo (sí, ya sé que el sonido monofónico de la época no era para tirar cohetes). Afortunadamente he podido ver una edición muy decente en BD, íntegra, con una imagen bastante limpia y contrastada y en la que, por primera vez en mi vida, he entendido perfectamente toda la letra de la "Canción de Marcelino".

Una película que conquista el corazón con su sencillez. Una pequeña joya del cine español. Un patrimonio que debemos preservar siempre y en las mejores condiciones posibles.
 
   
Calificación: 8/10
Recomendación: De imprescindible visión.
 
 
Dirección: Ladislao Vajda
Nacionalidad: España-Italia
Género: Drama
     Duración: 89 minutos
 
El cuento troquelado que aún conservo (Ediciones Raylu, 1969)

 

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